Una nueva mirada de la Guerra del Pacífico ofrece el investigador peruano Renzo Babilonia, a través de documentos íntimos del héroe naval. “Este no es un libro antichileno”, comenta desde Lima.
Romina De la Sotta Donoso
“Investigando, me contaron de una familia de Miraflores que descendía de Ezequiel Otoya, uno de los oficiales del Huáscar. Con mucho respeto por la gloria del almirante Miguel Grau y por la amistad que tuvo con su antepasado, la familia Wiese Otoya ha conservado estas cartas por 120 años”, comenta el fotógrafo profesional e historiador autodidacta Renzo Babilonia, quien ayer lanzó en Lima “Recuerdos de una guerra. Fotografías, ilustraciones y correspondencia personal en torno a la Guerra del Pacífico” (Editorial Lumbreras)
“Con Miguel Grau sucede, con todo respeto, como en Chile con Arturo Prat. Al leer sus cartas, uno se sorprende porque puede admirar más al ser humano, puede admirarlo incluso por encima de la imagen oficial que se ha construido de un héroe”, comenta el investigador peruano, quien en el volumen hace contrastar esta reveladora correspondencia con la imagen pública que se construyó de la Guerra del Pacífico, a través de las fotografías, los carboncillos y los grabados que circularon en su país entre 1879 y 1929, cuando Tacna volvió a Perú.
“Esto nos muestra cómo los peruanos que combatieron, y sus hijos, recuerdas la guerra. Es una imagen de que se peleó hasta el final y se perdió la guerra, pero de que no hay nada de qué arrepentirse. Que, a pesar de la derrota, hubo honor en la defensa, y que todos derramaron su sangre con valentía”, dice.
Así, va un paso más allá de su libro precedente, “La guerra de nuestra memoria. Crónica ilustrada de la Guerra del Pacífico (1879-1884) “, en el que presentó centenares de fotografías chilenas y peruanas del sangriento conflicto. Ahora que tiene cartas –hasta hoy inéditas, facilitadas por su actual poseedor, Gonzalo Vizcardo- consagra una mirada más real y menos romántica.
Cartas van y cartas vienen. Miguel Grau le cuenta a su amigo, el capitán de navío Ezequiel Otoya, que su esposa, Dolores, “desembarazó sin novedad, antes de ayer a las tres de la tarde, dando a luz otro varoncito”. Otoya felicita a Grau cuando lo ascienden. Y el flamante contraalmirante le responde: “Mi muy querido amigo, agradezco tus felicitaciones porque sé que las haces producto de la estima que tú me tienes”.
Una tras otra se suceden las revelaciones: “Como militar, Grau critica el estado de la Armada Peruana y la forma en la que se está conduciendo la guerra”. También se indigna con las intrigas.
En las cartas descubrimos que los oficiales tenían sueldos impagos y que hacen malabares para enviar dinero a sus familias. “Esta correspondencia humaniza la guerra, va mucho más allá de la historia oficial”, dice el estudioso, quien incluyó también en el libro misivas que los oficiales enviaron a sus esposas.
En uno de los documentos más apasionantes, Otoya le describe a su mujer -”como si fuera una película”- un enfrentamiento entre el monitor peruano y una corbeta chilena. Se baten, dice, “tanto a cañón como a tiros de rifle”.
“Hace la miseria de cuarenta horas que no duermo y me siento tan bien como el que hubiese pasado la noche en cama”, firma el capitán Otoya, que moriría en 1882, durante la ocupación de Lima, y a quien Babilonia califica como “héroe olvidado”.
Conmovedora es la última carta de Miguel Grau, escrita dos semanas antes de morir, en el Combate de Angamos. “Intuye que un enfrentamiento como el que se va a producir podría ser fatal. Sabe que será adverso, y sin embargo parte rumbo al sur, a su destino. Y cumple su deber como marino y como peruano”, reflexiona Babilonia, y apunta lo que más le impresionó de “El caballero de los martes”: “A pesar de que estemos en guerra, de que habrá sangre y muertos, en ninguna carta de Grau se habla ni siquiera de ‘enemigo’. No hay una sola mención en contra de Chile. Es un caballero que trata con respeto a las personas con las que se está enfrentando”.
“Con Miguel Grau sucede, con todo respeto, como en Chile con Arturo Prat. Al leer sus cartas, uno se sorprende porque puede admirar más al ser humano, puede admirarlo incluso por encima de la imagen oficial que se ha construido de un héroe”, comenta el investigador peruano, quien en el volumen hace contrastar esta reveladora correspondencia con la imagen pública que se construyó de la Guerra del Pacífico, a través de las fotografías, los carboncillos y los grabados que circularon en su país entre 1879 y 1929, cuando Tacna volvió a Perú.
“Esto nos muestra cómo los peruanos que combatieron, y sus hijos, recuerdas la guerra. Es una imagen de que se peleó hasta el final y se perdió la guerra, pero de que no hay nada de qué arrepentirse. Que, a pesar de la derrota, hubo honor en la defensa, y que todos derramaron su sangre con valentía”, dice.
Así, va un paso más allá de su libro precedente, “La guerra de nuestra memoria. Crónica ilustrada de la Guerra del Pacífico (1879-1884) “, en el que presentó centenares de fotografías chilenas y peruanas del sangriento conflicto. Ahora que tiene cartas –hasta hoy inéditas, facilitadas por su actual poseedor, Gonzalo Vizcardo- consagra una mirada más real y menos romántica.
Cartas van y cartas vienen. Miguel Grau le cuenta a su amigo, el capitán de navío Ezequiel Otoya, que su esposa, Dolores, “desembarazó sin novedad, antes de ayer a las tres de la tarde, dando a luz otro varoncito”. Otoya felicita a Grau cuando lo ascienden. Y el flamante contraalmirante le responde: “Mi muy querido amigo, agradezco tus felicitaciones porque sé que las haces producto de la estima que tú me tienes”.
Una tras otra se suceden las revelaciones: “Como militar, Grau critica el estado de la Armada Peruana y la forma en la que se está conduciendo la guerra”. También se indigna con las intrigas.
En las cartas descubrimos que los oficiales tenían sueldos impagos y que hacen malabares para enviar dinero a sus familias. “Esta correspondencia humaniza la guerra, va mucho más allá de la historia oficial”, dice el estudioso, quien incluyó también en el libro misivas que los oficiales enviaron a sus esposas.
En uno de los documentos más apasionantes, Otoya le describe a su mujer -”como si fuera una película”- un enfrentamiento entre el monitor peruano y una corbeta chilena. Se baten, dice, “tanto a cañón como a tiros de rifle”.
“Hace la miseria de cuarenta horas que no duermo y me siento tan bien como el que hubiese pasado la noche en cama”, firma el capitán Otoya, que moriría en 1882, durante la ocupación de Lima, y a quien Babilonia califica como “héroe olvidado”.
Conmovedora es la última carta de Miguel Grau, escrita dos semanas antes de morir, en el Combate de Angamos. “Intuye que un enfrentamiento como el que se va a producir podría ser fatal. Sabe que será adverso, y sin embargo parte rumbo al sur, a su destino. Y cumple su deber como marino y como peruano”, reflexiona Babilonia, y apunta lo que más le impresionó de “El caballero de los martes”: “A pesar de que estemos en guerra, de que habrá sangre y muertos, en ninguna carta de Grau se habla ni siquiera de ‘enemigo’. No hay una sola mención en contra de Chile. Es un caballero que trata con respeto a las personas con las que se está enfrentando”.
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